Él era un clérigo cerbatana,
largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir
para quien sabe el refrán que dice, ni gato de perro de aquella color. Los
ojos, avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos (1) ; tan hundidos y obscuros, que era buen
sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia,
porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aún no fueron de
vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca
vecina, que , de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes,
le faltaban no sé cuántos y pienso que por holgazanes y vagamundos se los
habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida,
que parecía que se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos,
secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de media abajo,
parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar muy
despacio; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San
Lázaro; la habla hética (2); la barba grande, por nunca se la cortar por
no gastar; (...) Traía un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y
guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La
sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color
era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros
decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos, entre azul;
llevábala sin ceñidor; no tenía cuello ni puños; lacayuelo de la muerte. Cada
zapato podía ser tumba de un filisteo (3). Pues ¿su aposento? Aun arañas
no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos
mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado,
por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria.
FRANCISCO DE QUEVEDO. Historia de la vida del
Buscón. Cap. IV.
(1) Cuévano: Cesto grande y hondo
(2) Hético: tísico, muy delgado
(3) Filisteo: gigante